¿Cómo aprendemos?

De niños vamos al colegio, e iniciamos procesos de aprendizaje, empezando por lo más sencillo, de tal manera que los conocimientos adquiridos se convierten en el soporte para recibir los nuevos.

Aprendemos de lo que otras personas saben y exponen en sus clases, en sus libros, o bien a través de sus vídeos o audios. Pero hay más formas de aprender, se dice que “la vida es la mejor universidad”, pues a través de ella solemos acceder a situaciones singulares, habitualmente diferentes a lo que ya hemos aprendido en los libros; aprender de las experiencias personales es, sin duda, una de las fuentes de enriquecimiento personal y de adquisición de conocimientos que con mayor facilidad se graba en nuestra memoria.

Aprender de la enfermedad

La pérdida de salud es una experiencia no deseada que nos lleva fuera de la zona de confort, a un lugar incómodo pero que también puede ser fuente de aprendizajes. “¿Cómo aprendemos a vivir con una enfermedad crónica?”, “¿Cómo se recupera la motivación durante o tras la enfermedad?”, “¿Cómo gestionamos las emociones en ese proceso?” Estas preguntas, entre otras, nos  ayudan a ampliar la mirada más allá del hecho de enfermar.

¿Qué aprendí de mi enfermedad?

Aprendí que la vida puede cambiar de forma inesperada y rápidamente, por lo que una primera conclusión es la de conectar con la mayor conciencia posible con lo que estamos viviendo en cada momento, pues es fugaz y cambia constantemente. 

Aprendí que, tras un diagnóstico de cáncer, todo se vuelve relativo; los pequeños problemas que atendía (las peleas de los niños, alguna sobrecarga de trabajo, discusiones con la pareja, perder el móvil…) se disuelven, se vuelven diminutos en comparación con la noticia de la enfermedad. 

Aprendí a ser un paciente paciente, valga la redundancia; a tener paciencia mientras se experimenta el proceso de las pruebas de diagnóstico, el ingreso en el hospital, la cirugía, la lenta recuperación; cuesta aceptarlo, pero llega un momento en que descubres que no hay otra opción más que asumir que la realidad es la que es. 

Aprendí a conectar conmigo desde otro lugar, a conocerme mejor, a darme la oportunidad de parar, de dejar de pensar en banalidades para recordar lo esencial, a mirar detrás de la apariencia. Con el tiempo me di cuenta de que había un yo interior al que no solía escuchar por la abundancia de ruidos mentales en mi día a día; una voz a la que, desde entonces, presto atención, como si de un niño pequeño se tratara. 

Una ampliación de los aprendizajes está en el post de la fase 8.

Preguntas para la reflexión personal

  • ¿Qué aprendiste de las pérdidas de salud propias y/o de personas cercanas?
  • ¿Qué descubriste de ti?
  • ¿Qué harías de diferente ante una situación similar?
  • ¿Qué preguntas de las expuestas aquí te ayudan a mirar más allá del hecho de enfermar?