¿Por qué enfermamos?
Cuando la pérdida de salud llega a nuestra vida, sobre todo en el caso de un proceso largo o crónico, es inevitable preguntarse “¿por qué?”. Encontrar las causas de la enfermedad puede tranquilizarnos al entender lo que nos pasa y así evitar repetir, en la medida de lo posible, las circunstancias que la provocaron. Sin embargo, por un lado, no siempre es fácil encontrar una respuesta acertada cuando hay varios factores implicados (genéticos, psicológicos, ambientales, estilo de vida, estrés crónico, etc.) y por otro lado, conocer qué provocó el cuadro de síntomas nos lleva al pasado, a un lugar al que ya no podemos volver.
¿Para qué enfermamos?
El preguntarnos “¿para qué enfermé?” no es espontáneo; requiere detener el movimiento de pensamientos y emociones tras el diagnóstico. Es una pregunta que invita a hacer una pausa y mirar a la realidad de nuestra salud con otros ojos, ampliando la perspectiva. Es proyectarnos hacia el futuro, dando una nueva lectura al presente. No se trata de buscar una respuesta rápida, más bien es cuestión de iniciar un proceso abierto de autodescubrimiento, de empezar a observar con atención la nueva vida que se despliega ante nosotros. Este proceso implica empezar a vivir a un ritmo más lento, a sintonizar con la magia del momento presente.
¿Quién soy? ¿Para qué estoy aquí?
Estas son preguntas fundamentales, la primera sobre nuestra identidad y la segunda sobre el sentido de nuestra vida. Las preguntas fundamentales son aquellas que nunca se responden completamente, más bien las respuestas se van ampliando cada día. Son interrogantes que yo me planteaba desde hacía mucho tiempo, cuando empezaba a pensar en mi vida y su sentido, inicialmente a través de determinados temas que se tocaban en las clases de filosofía o religión, y posteriormente por la lectura de libros. Tras el cáncer, las respuestas a estas preguntas fundamentales iniciaron un rumbo inesperado y desconocido.
¿Quién soy tras la enfermedad?
Al poco de pasar por el quirófano me preguntaba “¿sigo siendo yo sin una parte de mi cuerpo?”; mi cuello ya no es el que fue tras la cirugía; bien es cierto que mi cuerpo cambia continuamente con la edad, pero si me falta un órgano ¿cómo me afecta?, ¿cómo cambia la percepción que tengo de mí mismo? En mi caso, me llevó un tiempo ver y aceptar mi nuevo cuerpo y además, actualizar la forma en la que me percibía a mí mismo.
¿Para qué estoy aquí tras la enfermedad?
Todavía estoy contestando a esta pregunta y me temo que así seguiré; ¿qué sentido tiene para mí haber atravesado un cáncer?, ¿qué mensajes específicos tiene este proceso para mí?, ¿qué nuevas pautas he de incorporar a mi vida? Un primer resumen de las respuestas que han ido apareciendo en estos 9 años, podría ser el siguiente:
Vivía muy hacia afuera, queriendo ser perfeccionista con todo y todos, olvidando necesidades e inquietudes mías, reprimiendo o bloqueando expresar emociones y pensamientos para evitar conflictos personales; vivía tratando de cumplir las expectativas externas, vivía sin ser yo. Y aquella vida, además de inconsciente, no era ni saludable ni sostenible, y por eso terminó. Terminó para empezar a vivir desde otro lugar y otra consciencia, para apreciar más lo que la vida me ofrece y estar agradecido, para pensar menos y sentir más, para estar más presente y menos ausente, para conectar con ese “algo más” invisible que da sentido a todo lo que acontece.