Un diagnóstico que te derrumba la vida
Cuando algo muy inesperado sucede en la vida, la primera reacción es de incredulidad, sobre todo cuando se trata de noticias dolorosas, bien vividas en carne propia o en nuestros círculos cercanos. Puede tratarse de un diagnóstico de una enfermedad grave, un accidente o un fallecimiento de un ser querido.
Son como una bomba en la vía que transitamos habitualmente; detiene nuestro tren de vida, incluso puede llegar a descarrilarlo. Es un impacto que establece un antes y un después; nos marca de por vida; se convierte en un hecho inolvidable, imborrable.
Nos paraliza, nos bloquea la mente, solo hay espacio para pensar en eso; nuestra cabeza solo da vueltas a la misma cuestión: “¿Cómo es que me ha pasado esto?”, “¿Por qué a mí?”, “¿Por qué ahora?”. Es como un disco que gira sin parar, atrapado en la misma canción, con la misma melodía angustiosa, con la misma tristeza en la letra. Solo escuchamos ese disco.
¡Esto no me puede estar pasando!
Así me sentía yo a partir de la mañana del 8 de julio de 2014, tras escuchar el incuestionable diagnóstico, la inevitable conclusión del médico radiólogo al analizar las imágenes del escáner. Con su profesionalidad habitual, redactó su informe, describiendo los detalles del alcance de la lesión; lo imprimió y lo colocó en una carpeta; adjuntó un CD con las imágenes asociadas.
Hundido, sumergido en mi mar de pensamientos regresé al coche, tenía la mirada perdida, emborronada por las lágrimas, el corazón agitado, las manos frías. Lloraba sin parar mientras conducía. Entré en mi casa cabizbajo, silencioso, con el rostro descompuesto. Era un día laboral, así que mi pareja se sorprendió al verme llegar tan pronto; enseguida notó mi estado; “¿Qué te pasa?”, me preguntó asustada.
Me senté, mirando al suelo y entre llantos intermitentes, pude decir la noticia en muy pocas palabras; sus ojos y su boca se abrieron, incrédulos. Lo improbable es posible; en mi caso, sin ser fumador ni bebedor ni tener antecedentes familiares, esa probabilidad era remota, por eso costaba creer la noticia, por eso me resistí a aceptarla y pensé en varios momentos “¡Esto no me puede estar pasando!”
Buscando un milagro
No leí el informe del radiólogo, quizás tan solo las primeras líneas. Después, carpeta en mano, inicié un periplo de visitas por las consultas de diferentes especialistas en otorrinolaringología; cada uno me recomendaba a otro, y yo seguía con mi carpeta bajo el brazo, como si fuera un comercial que vende un diagnóstico a cambio de un milagro. Tenía la esperanza de que alguno de aquellos expertos pudiera salvar mi voz. Así fue como llegué a un médico que practicaba cirugías parciales de laringe con una técnica de láser: el Dr. Bernal Sprekelsen.
Me entrevisté con él, le entregué el informe, se llevó el CD para verlo en una pantalla más grande; regresó y me explicó las diferentes opciones, la cirugía parcial requería que los casos estuvieran dentro de un protocolo. “Su caso está fuera de protocolo, aunque lo podemos intentar”. Mi esperanza se redujo a una gota de agua extraída al azar en medio del océano. Volví a llorar.
Me sentí perdido, tremendamente vulnerable, agotado, rendido, fracasado.
Para seguir explorando
Algunas preguntas propuestas para tu reflexión personal:
- ¿Qué parte te resuena más de este texto?
- ¿Qué situaciones o noticias en tu vida te han provocado una reacción de negarlas?
- ¿Qué descubriste de ti en ese proceso?