¿A dónde vamos con nuestro ritmo de vida? Siempre hay algo que hacer, o leer, o ver, o escuchar, o elaborar; parece que cada minuto está lleno de algún tipo de actividad. Estamos dentro de una dinámica de movimiento permanente, donde “perder el tiempo”, el detenerse, está considerado como un error. Pero, ¿cómo de saludable es esto?

un mundo estresado es un mundo enfermo

Según una encuesta realizada para el informe sobre la situación del lugar de trabajo en el mundo, los empleados están más estresados, menos comprometidos con su empleo y con mayor nivel de conflicto con sus superiores. En concreto el nivel de estrés subió del 31% al 44 % entre los años 2009 y 2022. La encuesta se basa en una muestra muy amplia: al menos 1000 empleados por país en más de 160 países. 

 Además del estrés laboral, problemas financieros, de salud o familiares, la sobrecarga de información, así como los cambios imprevistos, son otros factores que pueden provocar estrés. 

¿qué consecuencias tiene el exceso de estrés en la salud?

Se sabe que niveles altos de estrés mantenidos en el tiempo provocan un amplio conjunto de problemas de salud: trastornos cardiovasculares, tendencia a la ansiedad y la depresión, problemas digestivos, trastornos del sueño, debilitamiento del sistema inmune, trastornos alimentarios, entre otros.

En mi caso personal, cuando trabajaba, además de la presión propia de mi entorno laboral, me exigía demasiado a mí mismo, quería hacerlo todo bien y sin tardar mucho; por otro lado, quería ser un buen padre, una buena pareja, y un buen amigo y hermano, hijo, etc. Pensaba en hacer hacia fuera y, a pesar de mis actividades (no siempre regulares) para calmar la mente, no sentía que hubiera un “hacer para dentro”. Había un claro desequilibrio entre el atender las necesidades externas y las internas; de hecho, tengo aún esa inercia de atender primero lo de fuera, olvidando lo que precisa ser atendido en mí; a veces, me cuesta encontrar el punto de equilibrio entre “el mundo y yo”.

¿qué hacer y qué no hacer?

Creo que solo es posible alcanzar (y mantener) ese equilibrio si hay una escucha permanente y atenta a lo que acontece, tanto dentro como fuera de mí; escuchar el interior de mí lleva un proceso, un detenerse del ritmo cotidiano para sintonizar con una frecuencia más baja, para que se cree el lugar desde el que yo, de verdad, me pueda escuchar. 

Hay una amplia variedad de terapias y prácticas para conectar con el cuerpo y reducir nuestros niveles de estrés; yoga, meditación, ejercicios de respiración… y todas ayudan a detener la mente de su rutinario y mecánico funcionamiento. Pero ¿y si, simplemente, no hacemos? ¿Y si dedicamos un tiempo a la inactividad, al silencio, a la ausencia de contenidos, al vacío del “no hacer”? 

A priori puede parecer inútil, un desperdicio de nuestro tiempo, o algo absolutamente aburrido, pero si nos mantenemos en ese lugar, los beneficios llegan. Se sabe, por ejemplo, que muchos descubrimientos o creaciones artísticas han nacido de momentos de total ociosidad, de lentos paseos por el bosque, de esos tiempos para no pensar en nada y simplemente contemplar, sentir en ese vacío. 

Para profundizar:

Byung-Chul Han, “Vida contemplativa”, Taurus 2023

D’Ors, Pablo “Biografía del silencio”, Galaxia Gutenberg SL, 2019

De Torres, Matilde «Cuando el silencio habla«, Serie Serendipity (Ed. Descleé de Brouwer) 2002